jueves, 13 de julio de 2017

PRÓFUGOS DE LA NADA


La veía pasar por las caricias transparentes que hacían mis manos vacías, sentía su fragancia como un huracán sensible ahí; al temeroso ritmo del recuerdo... Y así pasaron muchos tiempos de muda espera y aquella muchacha ya había olvidado mis poemas, que con tanta suerte corrían diariamente por sus sueños y los míos. Que con rara fecha se guardaban en el baúl de la nada; que en momentos grandiosos le arráncaban las sonrisas en esos días de aromas malos.

En esos días, nos tomábamos de las manos para volar a otros mundos lastimosamente soñandonos, y del mismo modo que nos besábamos afuera en la noche negra y absurda, apretando artimañas; y ahora, ahora solo soy un gracioso payaso al recordarle—como un infame bribón que se tatuó de fondo blanco en ciertos mensajes y avisos clasificados que no eran gratis.

Hace algo de nostalgias, le repetía a su figura ausente por éstos días, sabiendo que nunca se lo diría y crudamente descansaba como siempre en la retórica mis años—nada ha cambiado, y no la culpo, porque a la espera de mis locuras y estupideces de siempre; aún tengo cosas inconclusas que me exijo en interminables juicios.

En aquellos días, caminábamos casi juntos en el resplandor de la playa solitaria que imaginábamos en esos tiempos, en ese paraíso que ahora vivo—también habían canciones y compáces que a toda hora hablaban románticamente de nuestras jodidas aventuras clandestinas; que creíamos haber hecho en otras vidas, que tristemente recuerdo ahora... Iluso me llama aquella playa, junto al burbujeante sonido de estúpidas letras entonadas.

Por esos días, nos buscábamos morbosamente cuando el sol dejaba de brillar, para amarnos a nuestra manera; embriagándonos de conversaciones variadas, que siempre terminaban tiernamente en un amanecer y desnudos nos mirábamos amablemente; vengándonos de todas esas tontas cosas que en aquel entonces, nos despojaban del instante mismo de el ser algo más que un momento.





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